Durante la adolescencia tiene lugar una gran transición: el pasaje de la niñez, de un mundo definido por un círculo familiar relativamente pequeño – donde los principales referentes son los adultos cercanos- a un mundo más amplio donde los referentes comienzan a ser los propios pares. A través de los vínculos con los pares se comparten y generan intereses, se definen gustos, preferencias y formas de sentir y pensar muchas veces distintas a las del mundo de los adultos.
Cuando fallece algún/a chico/a de un grupo de pertenencia, la experiencia del dolor compartido suele fortalecer los lazos y favorecer el proceso de duelo. Si bien el duelo es una vivencia de algún modo solitaria y personal, es también un hecho social y este aspecto es esencial para un/a adolescente que atraviesa un duelo.
Cuando el duelo es por la muerte de alguien de su familia o de un ser querido, también el grupo de pares puede ser un refugio para emociones difíciles. La red social del adolescente y especialmente sus amigos/as más cercanos suelen cumplir un rol muy importante en el acompañamiento del duelo. Si bien es esperable que aparezcan algunas conductas más regresivas, normalmente el proceso de distanciamiento del grupo primario constituido por la familia continúa.
Una red de vínculos sólida ayuda a apaciguar el dolor del duelo en cualquier etapa de la vida. La singularidad de la adolescencia reside, entre otros factores, en ser un tiempo de grandes cambios: hormonales, identitarios, de visión del mundo, creencias y afianzamiento de ciertos rasgos de personalidad. Los pares se apoyan entre sí en estos cambios y necesitan salir al mundo compartiendo sus experiencias. Cuando se pierde un ser querido en esta etapa de la vida, es en este contexto en el que se debe atravesar el duelo, por eso los/as otros/as cercanos de la edad tienen un rol especialmente significativo.